Tíbet y el silencio de los corderos

Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social

Me acabo de enterar de la «conspiración» de Dharamsala (India) y lo del Dalai Lama terrorista. De nuevo se repiten las versiones, entre ellas las de Qiu Xiaoqi, embajador de China en el Estado español, poniendo así la nota colorista a la represión existente: miles de militares ejerciendo la represión contra civiles desarmados en Lasha, Ganshu... Según la versión oficial, «algunos separatista violentos intentan evitar que los Juegos Olímpicos sean un éxito. Pese a ello, el Gobierno chino está dispuesto a hablar con el Dalai Lama, si este acepta previamente una autonomía para el Tíbet dentro de la gran China».
Es la parte obsesiva de los poderosos el ver terroristas en los que reclaman más libertad o justicia. Es la historia al reves, la represión oficial aparece una vez más como justa e indudablemente democrática, frente a la violencia injustificada e ilegal de unos pocos separatistas.
Realmente, ante el silencio intelectual de la ciudadanía, cuesta mirar a mi alrededor y no sentir una vez más verguenza por el silencio de tantos «pacifistas» aduladores del poder. Los mismos que hablan tanto de derechos de las mayorías establecidas, callando ahora y siempre la dignidad de las minorías en lucha por su libertad. Tal vez por ello, en este mundo de fronteras interesadas, es tan necesario el adoctrinamiento de la ciudadanía controlado por el poder, enviando mensajes que señalan ídolos vivientes intocables en forma de mandatarios, citando leyes modélicas e intocables, justicias afines....
Y en esto les va la vida, en la manipulación legal y oficial, vía prensa, televisión o radio, utilizando miles de argumentos para despistar a quienes sí nos interesa ésta u otra lucha. Porque la represión, aquí o en otro lugar, sigue siendo la misma violencia legal de los poderosos.
El Gobierno capitalista chino y sus colegas occidentales son opresores culturales del pueblo tibetano. El Dalai Lama -y cualquiera que se manifieste- están siendo calificados como terroristas, con todo lo que presupone, al igual que en su momento fueron Nelson Mandela, el Che o cualquier ciudadano que se salga del contexto de lo meramente establecido o del modelo impuesto.
Estos días ando por Berlín recorriendo calles, escuchando historias y recordando lo vivido aquí, donde millones de personas fueron asesinadas mientras el mundo occidental miraba al cielo. Aquí no pocos se plantean dudas sobre los fines de los vencedores bélicos, que aun conociendo la realidad de los campos de exterminio, no actuaron contra ello. Algo que se puede aplicar actualmente a la situación del Tíbet.
Hoy en día se repiten historias dolorosas en Palestina, Tíbet, Congo, Kosovo, o porque no, en Euskal Herria. Conflictos con falta de libertades y represión oficial, tal vez de menor daño, pero que requieren soluciones inmediatas que no llegan. Señalemos por ello a los poderosos y a los que les hacen el juego como culpables, por insistir en justificarlos, incluso con su silencio.
Y frente a todo ello queda la lucha y el compromiso con la diversidad y los menos favorecidos. El resto es cuento chino.

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